Las Torres de Satélite: arquitectura emocional

Publicado en: Noticias | 4 enero, 2022

La arquitectura va mucho más allá de sólo crear espacios habitables y funcionales, también busca trascender el tiempo, ofreciendo entornos bellos y confortables para albergar todas las actividades del quehacer humano.

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Las Torres son el ícono principal y predominante de la zona, la entrada principal al lugar y un orgullo de sus habitantes que identifican esta obra como la pieza que mejor representa el espíritu de la comunidad que ahí se ha consolidado a lo largo de los años. Para entender el concepto que rige a esta construcción, es muy importante comprender la idea que anima a Goeritz y Barragán y que guía la obra de ambos en prácticamente todos sus proyectos, por separado y en conjunto: la Arquitectura Emocional.

Esta postura entiende la arquitectura como aquella manera de construir el espacio social como instancia sensible que pone en relación las artes con el entorno ampliado de la ciudad; se trata de un mecanismo que produce fusiones y fricciones entre los distintos modos artísticos para provocar efectos emocionales en el espectador.

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En el presente y hacia el futuro, las Torres de Satélite permanecerán como uno de los conceptos arquitectónicos más lúdicos y emocionantes del  s. XX, que sin duda seguirá inspirando a los arquitectos modernos.

Ubicadas sobre el Anillo Periférico y originalmente pensadas para ser una fuente, las Torres fueron previstas como un conjunto de siete prismas triangulares de distintos colores y tamaños, donde la más grande alcanzaría los 200 metros de altura. Sin embargo, la falta de presupuesto y distintos problemas inmobiliarios, así como la sucesión presidencial (se sabe que además de que la construcción de Ciudad Satélite inició en su sexenio, el presidente Miguel Alemán estaba tras el proyecto como inversionista), obligaron a modificar el diseño inicial, inspirado en las Torres de San Gimignano en Italia, dejando solo cinco estructuras, donde la más alta mide 52 metros y la más pequeña 30 mts.

Los colores originales, según se aprecia en las fotografías de la época de su apertura fueron blanco, amarillo y ocre, mismos tonos que se pueden observar en San Gimignano; con motivo de las olimpiadas de 1968, Goeritz, junto con el pintor Jesús Reyes Ferreira, optó por revestirlas con distintos tonos de anaranjado, con la idea de marcar un mejor contraste con el azul del cielo, así estuvieron hasta 1974, año en que se pintaron con los colores que presentan hasta la actualidad: dos torres blancas, una azul, una amarilla y una roja.

uego de haber sido remozadas en varias ocasiones y soportar el deterioro de la intemperie y el tiempo, las Torres permanecen ahí con sus cuerpos elevados al cielo y sus pies arraigados a la tierra, como los viejos árboles, con el poder de dominar el horizonte y el paisaje urbano llenándolo de belleza y sensaciones, consolidándose como un ejemplo vívido de arquitectura emocional en su mejor expresión.

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