El templo del espíritu: museo Guggenheim de Frank Lloyd Wright

Publicado en: Noticias | 22 septiembre, 2021

Esta edificación abrió sus alas en plena era atómica para trascender tiempo y espacio. Se convirtió así en un espacio de culto y referencia obligada del diseño de los mejores años del siglo XX. 

En 1959, el Museo Guggenheim y sus caprichosas formas aparecieron súbitamente en medio del paisaje urbano neoyorquino. Desde un inicio, el museo contrastó fuertemente con las construcciones aledañas, tan proclives al gigantismo y los ángulos rectos. Es como si el edificio, de pronto, hubiera “aterrizado” en plena Quinta Avenida, proveniente del espacio exterior. Desde su inauguración en octubre de ese año, y por mucho tiempo, sería tratado como tal, como un ser proveniente de otro mundo, a quien es imposible comprender.

Arquitectura transgresora

Lo mismo críticos de arte que arquitectos y habitantes de la ciudad, criticaron mórbidamente el edificio. El escritor Norman Mailer acusó al museo de “alterar el orden del vecindario” de forma “lasciva” y “bárbara”. Académicos como Neil Levine, catedrático en Harvard, afirmaban que se trataba de “un espacio que –aunque no quiero usar el término ’surrealista’– está fuera de los límites de la realidad. En su interior no hay horizonte, ni líneas verticales, ni líneas horizontales. Todo ahí es diferente al ‘mundo real’”.

Otros, como el editor de la revista Metropolis, Martin Pedersen, admiraban el edificio, pero tenían sus dudas acerca de que el museo tuviera una rampa ascendente en lugar de escaleras. El editor aseguraba que nunca se había “sentido cómodo mirando pinturas mientras estoy en movimiento. Siempre que voy a ver arte ahí, me siento un poco fuera de balance”. Algunos incluso dijeron que el museo se parecía a una lavadora. Una crítica a la que su creador respondió, sarcástico: “Bueno, he escuchado muchas comparaciones como esa y siempre las he considerado inútiles, porque no aportan nada”.

Espacios no neutrales

Sin embargo, ante quienes se quejaban porque las formas del museo intentaban competir con el arte que se exhibía en su interior, hubo quienes se manifestaron en favor de la arquitectura. “Existen otras formas de exhibir arte, en las que el espacio de exhibición no necesariamente es neutral. Un arquitecto puede crear algo poderoso en sí mismo que, además, complemente la experiencia de mirar arte”, apuntaba en The New Yorker el crítico de arquitectura Paul Goldberger.

Incluso figuras tan cosmopolitas como Ítalo Calvino expresaron su admiración por el edificio y reconocimiento a quien lo concibió. “Todos se quejan de que la arquitectura domina a las pinturas en este espacio y es verdad (parece que su arquitecto odiaba a los pintores), ¿pero eso qué importa? Uno va ahí a ver la arquitectura y, posteriormente, comienza a ver las pinturas, que es lo principal”. Este influyente escritor italiano también aseguraba que se trataba de “un ejemplo de arquitectura en movimiento con precisión e imaginación únicas”.

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