El Colegio de México, oasis para la docencia

Publicado en: | 23 abril, 2019

Venció las topografías irregulares y el ruido de las avenidas de la ciudad. Hoy el colegio de méxico es un oasis arquitectónico para la cultura y la investigación.

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Era el año de 1938. La oleada de exiliados españoles llegaba con variados conocimientos; dolidos por los sucesos en su patria, pero deseosos de encontrar en México un lugar para seguir desarrollando sus diversas disciplinas. Con esa idea, surgió el antecedente directo de El Colegio de México: La Casa de España. Su principal objetivo fue el de la bienvenida. Los intelectuales españoles, auspiciados por pensadores mexicanos como Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, encontraron el impulso y la vitalidad necesarios para sus actividades culturales.

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Ajeno al ruido y a las circunstancias del terreno, ha sido desde entonces uno de los centros de educación superior más importantes de nuestro país.

Para 1940, El Colegio de México ya se había fundado como heredero de La Casa de España. Sin embargo, fue hasta 1976 cuando se construyó la obra que conocemos. Los arquitectos mexicanos Abraham Zabludovsky y Teodoro González de León se inspiraron en el brutalismo para su construcción.

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El brutalismo es un movimiento arquitectónico, surgido en 1950, y cuya duración alcanzó la década de los 70. Se caracteriza por diversos patrones de geometrías angulares, que respetaron la textura de los moldes que se usaban en la construcción. El material más empleado es el hormigón, aunque también es posible encontrar materiales como ladrillo, cristal, acero, piedra áspera y gavión. La idea principal de las estructuras brutalistas radica en, como su nombre lo indica, presentar los materiales en bruto.

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En el caso de El Colegio de México, su arquitectura de muros imponentes es fiel representante del brutalismo. El edificio muestra un afán por el volumetrismo, y juega con las formas geométricas para resaltar las aristas de la edificación. Asimismo, esta estructura tiene el propósito de contener el ruido, para así crear un ambiente de calma dentro de las instalaciones académicas.

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Las faldas del Ajusco influían en el terreno pedregoso y arduo. Los arquitectos pensaron en adaptar la edificación a la naturaleza, en vez de confrontarla.

Ubicado en la Carretera Picacho Ajusco, número 20, y vecino de los ruidos constantes del Anillo Periférico, el Colegio de México lucha contra el tránsito de la ciudad para conservar el silencio que requiere la concentración. Por esta razón, en 1976 Víctor L. Urquidi, entonces máxima autoridad de la institución, encargó a Teodoro González León y Abraham Zabludovsky la estructura de un edificio moderno, que contuviera de mejor forma el ruido creciente de la ciudad. Estos dos arquitectos se inspiraron precisamente en el brutalismo, ya que las vías de acceso requerían cierta adaptación geométrica.

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Años después, estos dos grandes de la arquitectura forjarían grandes edificaciones en la Ciudad de México, que conservaban los mismos principios, tales como el Museo Rufino Tamayo o la remodelación del Auditorio Nacional. De esta forma, se convirtieron en dos de los más grandes representantes del brutalismo mexicano terreno y la forma Además de la colocación, la dificultad radicó en la topografía. Las faldas del Ajusco influían en el terreno pedregoso y arduo. Los arquitectos pensaron en adaptar la edificación a la naturaleza, en vez de confrontarla. Así, dispusieron patios cubiertos en el interior que se adaptaran al relieve del lugar.

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Además de la colocación, la dificultad radicó en la topografía. Las faldas del Ajusco influían en el terreno pedregoso y arduo. Los arquitectos pensaron en adaptar la edificación a la naturaleza, en vez de confrontarla. Así, dispusieron patios cubiertos en el interior que se adaptaran al relieve del lugar.

Por otra parte, es llamativa su forma trapezoidal, cuyo lado menor está orientado al norte. Fue así como los arquitectos libraron los problemas de las colindancias con las distintas vías de acceso. Su fachada resalta por sus muros robustos, propios del movimiento brutalista. Las ventanas juegan con las sombras y las superficies oblicuas, por lo que el resultado es una edificación imponente, pese a su no tan grande tamaño.

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La combinación de volumetría y la estructura geométrica fueron fundamentales. Por sus aristas, demuestra cómo los arquitectos libraron las condiciones de la colocación, ya que la entrada de diversas avenidas condicionaba la forma del edificio. El logro de esa estructura resultó en áreas silenciosas, tranquilas y aptas para las actividades intelectuales que se realizan dentro del recinto.

Las áreas verdes
Otra parte fundamental del desarrollo de este proyecto fue el diseño exterior. En la fachada, es notoria la manera en que se combina la naturaleza con el edificio imponente. La organización de las áreas verdes también respetó el uso de formas geométricas. El pasto y los árboles de la entrada principal se organizan en trapecios, lo cual recuerda la estructura magna del edificio.

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La armonía de las formas geométricas resulta en calidez y sobriedad de la plaza. Diversos prismas llenan de grata visibilidad este edificio. El asta bandera se yergue junto al nombre del Colegio, el cual se grabó en un prisma triangular, que apunta a la propia bandera. De esta manera, se funde la institución académica con el respeto a la patria.

Te invitamos a disfrutar el articulo completo en nuestra edición de mayo.

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