Capilla de las Capuchinas Sacramentarias

Publicado en: Proyectos | 24 mayo, 2021

Una de las obras maestras de Luis Barragán, el único mexicano ganador del premio Pritzker

Este es un reconocimiento concedido anualmente y patrocinado por la fundación estadounidense Hyatt. Es el premio de mayor prestigio internacional y el principal galardón concedido para honrar a un arquitecto en el mundo. 

Considerada por él mismo como su obra maestra, esta capilla se encuentra en el centro de Tlalpan, al sur de CDMX. Propiedad privada, igual que la mayoría de las casas que construyó, no es un museo. Por ello mismo, no recibe recursos públicos para su mantenimiento y sólo se permite el ingreso de visitantes a través de citas previas, en horarios específicos.

Concebido como un “espacio sublime de la imaginación poética”, Barragán —una persona muy religiosa—cuidó en él, detalles mínimos como los manteles del altar, traídos desde Asís, Italia, por él mismo

Se sabe que visitó La Alhambra, en Granada, España, con el objetivo específico de hacer estudios sobre la luz y la sombra, elementos sin duda a destacar en la capilla una vez que terminó de ser construida. También se cuenta que las religiosas querían que fuera él quien se encargara de la remodelación, pero no contaban con recursos suficientes. Sin embargo, al proponerle el proyecto, Barragán aceptó sin dudarlo e incluso financió parte de la obra.

Arquitectura viva

Igual que en muchos otros de sus proyectos, Barragán buscó aquí la quietud y la serenidad como experiencias para el visitante. Usando un vocabulario formal y profundamente mexicano, convirtió simples materiales tectónicos en formas intensamente expresivas y utilizó la luz de forma sublime, para hacer de los interiores espacios que cambian perpetuamente mientras sus dimensiones se replantean con el paso del tiempo y la luz del día.

Para cuando terminó de construirse en 1959, esta idea del espacio arquitectónico como un ente siempre cambiante y un proveedor de experiencias sensoriales, se había materializado ya. Principalmente, gracias a dos rasgos que quizá van más allá de lo arquitectónico. El primero se encuentra en el patio a través del cual se ingresa a la capilla. En dicho patio, hay un espejo de agua coronado por gardenias, cuya intensa fragancia es una de las primeras impresiones que se lleva de este lugar el visitante. El otro es el efecto que tiene la luz durante el día al pasar por un vitral de prolongada verticalidad, obra de Mathias Goeritz. La luz que llega e ilumina el altar, nunca es la misma, ni durante el día, ni a lo largo del año.

Sirviéndose del juego entre los tonos coloridos del vitral y la luz del sol cuyo tono también cambia durante el día, Barragán hace del altar —ese lugar sagrado, de encuentro con Dios— un sitio enigmático, misterioso

Los cambios en la luz también generan atmósferas diferentes, envueltas por halos de inmediatez que invitan a la reflexión y la espiritualidad

Existe una analogía casi evidente entre el misterio espiritual y los artificios inimaginables usados por el arquitecto para intrigar al visitante. Detalles como el aroma de las gardenias y las atmósferas etéreas, mutantes creadas por la luz, son el pulso indiscutible de una obra que está viva.

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